Las cajas se iban acumulando en la estantería. Poco a poco
eran tantas que empecé a subirlas a lo más alto del mueble del salón. Sabía que
eran para algo, pero no tenía la claridad de saber bien para qué. Dejé que el
tiempo corriese, como suelo hacer con todo lo que luego se convierte en
proyecto. Intuyo o puedo intuir que va a haber algún resultado del guardar
estas cajas. Pero no hay nada seguro, tal y como es la vida misma. Nos movemos
por intuición y pensamos que quizás algo puede que pase. Pero en verdad, todo
es duda, incertidumbre. No es de extrañar que al final, todo se levante y
genere una fuerza con la que uno no contaba ni en la intuición. Las cajas
superan el centenar y ya no caben en el mueble, a pesar de que las he ido
colocando en dos filas, una ciega, porque no se ve. Me paso el día colocando y
ordenando, los libros, las cajas, los botes. No es tanto el placer de colocar
sino el modo de la colocación. Puede que sea por colores, por autor o idioma,
por simpatía entre autores o bien por el título. Pero no se cierra jamás el
modo en que pueden ir colocados. Con las cajas pasa lo mismo. Manet tiene que
estar con Picasso y también con Degas. Rembrandt cerca de Velázquez y Tiziano.
A Warhol le pongo a un paso de Matisse y a dos de Gauguin. Coloco las cajas
unas junto a otras, a la misma distancia para que ninguna se sienta con ventaja
respecto a las otras. Colocar, ordenar, me lleva a pensar en Andreas Gursky,
creo que él también lo hacía. Esas fotografías de mostradores donde los
objetos, cada uno en su sitio, nos catalogan el espacio. Que bien se lo pasa,
que quebraderos de cabeza para dar con la colocación “perfecta” y cuánto tiempo
se nos va en estos asuntos(...).
(...)Las
cajas, con su contenido secreto. Las cajas, carísimas. Las cajas, encintadas e
imprimadas, esperando a que los ojos de un pintor se posen sobre ellas.
144
cajas, 288 ojos... +LOS TUYOS
Ikella
(Un
día antes de la exposición)
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